martes, 11 de octubre de 2011

La “Redota”

El 23 de octubre se inicia la marcha de las fuerzas patriotas hacia el norte.
Pero a medida que se van retirando los soldados de Artigas, familias enteras los empiezan a seguir.
¡Cómo se van a quedar... si allí en ese ejército se van sus hijos, se van sus hermanos, se va Artigas!
Ellos marcharán también. ¡Al norte!
Por las cláusulas del armisticio es el ejército el que debe marcharse. Por la decisión de los orientales, será el pueblo, los soldados y los campesinos, los indios y los gauchos, la nación toda la que marchará hacia una tierra libre.
El 30 de octubre llegan a las puntas del arroyo Grande.
El 3 de noviembre la caravana está haciendo un alto en la cuchilla del Perdido. Junto a una carreta, Artigas dicta una carta a la Junta del Paraguay.
Un hombre, su mujer, un anciano y tres niños se acercan en ese momento al Jefe de los Orientales.
-Nuestra casa queda del otro lado del arroyo- le dice el paisano-. Esta es mi familia. Ahí abajo dejamos un carro con lo más necesario. ¿Podemos seguir con ustedes?
Artigas les explica que la misión que él tiene es retirarse con su ejército hacia el norte. Es preferible que regresen a su casa, porque él no podrá ampararlos.
-No tenemos casa. Hemos quemado los ranchos y los muebles- es la respuesta de la mujer.
Artigas intenta convencer también a esta familia de que la gente lo retarda, de que la marcha es muy dura y que no tiene nada para ofrecerles, de que no siempre podrán escoltarlos, de que estarán expuestos a las tormentas...
-Si usted no nos lleva, nosotros quedaremos acá a merced de los bandidos portugueses que hay por toda la campaña, y del odio de Elío que no perdona a los orientales que hemos peleado contra los godos.
Artigas siente admiración por toda esta gente. Y aunque no lo dice, se alegra de que su pueblo tome esa decisión, de que se empeñe en ser libre a pesar de todos los sacrificios.
También esa familia irá. Muchas más irán.
Seguirán sumándose cientos de familias a las que es imposible contener en sus casas.
"Yo llegaré muy en breve a mi destino -termina la carta al Paraguay- con este pueblo de héroes, al frente de seis mil de ellos, que obrando como soldados de la Patria, sabrán conservar sus glorias en cualquier parte, dando continuos triunfos a su libertad".
Por el paso del Yapeyú, donde cruzarán el río Negro; por Paysandú, poblaciones enteras seguirán detrás de Artigas, dejando desierta la patria esclavizada.
A menudo Artigas recorre con la vista la caravana que se pierde en el horizonte: entre las carretas de lento rodar, los carruajes, las rastras cargadas de bolsas y herramientas, ve grupos de criollos hablando, madres que atienden a sus recién nacidos, negros libertos que se incorporaron al servicio de la patria, ancianos que saben que morirán en la marcha.
Y más allá, tropillas de animales cuyos mugidos se mezclan con los relinchos de los caballos que van y vienen, con los ladridos, con el rasguido de las guitarras, con el vocerío de los niños.
A la cabeza de su pueblo, Artigas continúa la marcha.



El armisticio

Pasan más de tres meses en esa situación. El 10 de setiembre, Rondeau reúne a los patriotas para que los delegados de la Junta de Buenos Aires les expliquen las negociaciones que se están celebrando entre Elío y los porteños.
Oigamos:
-El ejército portugués avanza sobre este territorio- argumenta un representante porteño.
-Que salga nuestro ejército al encuentro de los portugueses- contestan los patriotas.
-¿Y cómo mantenemos el sitio si se va el ejército?
-Las familias tomaremos las armas; todos los vecinos nos comprometemos a mantener a Montevideo sitiada.
-No tenemos armas para enviarles- dice otro porteño.
-Pelearemos con las uñas y los dientes: esa es nuestra decisión. Finalmente, los patriotas consiguen que no se levante el sitio, pero sólo será por pocos días.
El 7 de octubre se reinician las negociaciones entre porteños y españoles.
El día 8 los vecinos piden nueva asamblea. Esta se lleva a cabo el día 10 en la quinta de la Paraguaya y allí el pueblo oriental elije a Artigas como su Jefe. Las gentes creen en Artigas, lo respetan, lo siguen.
El gobierno de Buenos Aires, que ahora está en manos de tres personas, dice que es aliado de Artigas. Pero en realidad le teme porque su prestigio es muy grande y ellos, por el contrario, sólo han sufrido derrotas. Pero lo más importante es que las ideas de Artigas son de igualdad para todos los pueblos y ellos se empeñan en manejar todo en provecho de Buenos Aires.
Diez días después se firmará el armisticio con las cláusulas pedidas por el español Elío: el ejército criollo abandonaría el territorio oriental que quedará bajo la autoridad de los españoles; éstos se comprometían a pedir el retiro de los portugueses de la Banda Oriental, a levantar el bloqueo del puerto de Buenos Aires y cesar la lucha en el Alto Perú.
El pueblo oriental había sido sacrificado.
De acuerdo con ese tratado las tropas orientales deberán retirarse del sitio y alejarse hacia el norte, quedando de nuevo toda la extensión de la Banda Oriental bajo el gobierno del español Elío.

Para el pueblo oriental, perder por un arreglo entre porteños y españoles lo que habían ganado en duras luchas era la derrota, "la redota", como ellos decían mal.

El sitio de Montevideo

Después de comunicar el triunfo de Las Piedras a la Junta de Buenos Aires, Artigas, lleno de alegría, se prepara a cumplir la última etapa de la lucha: vencer la resistencia de Montevideo, donde se han encerrado los españoles protegidos por las murallas y el mar.
Los patriotas avanzan y acampan en el Cerrito. Allí se aprontan para el asalto final a la ciudad.
Artigas se imagina que en unos pocos días la Banda Oriental estaría en paz y todos los orientales uinidos. Pero se equivocaba cuando pensaba y escribía eso. Todavía la lucha iba a durar mucho tiempo.
A él mismo lo esperan grandes fatigas, dolores, dudas. Hace pocos días los españoles le propusieron que abandonara a los patriotas a cambio de ventajas personales que ellos le ofrecían.
-Me hacen ustedes un insulto- tuvo que contestarles Artigas.
Ahora espera la orden de atacar la ciudad, orden que debe llegar de la Junta de Buenos Aires. No llega aún.
Y él se pregunta: -¿Cómo no comprende la Junta de Buenos Aires que éste es el momento adecuado para asaltar las murallas de Montevideo, porque sus pobladores están descontentos entre el hambre y las enfermedades?
¿Por qué demora tanto en llegar la orden de ataque?
Se lo ha preguntado a Rondeau, que tiene el mando general del ejército sitiador. Pero Rondeau no responde.
Sin embargo, este hecho tiene una explicación.
Elío, el español que ahora tiene el título de Virrey, está usando en este momento hábiles recursos: mientras espera que lleguen nuevas tropas españolas a auxiliarlo, busca el apoyo del ejército portugués para que invada desde el norte a apoyarlo.
La Junta de Buenos Aires, por otra parte, ha recibido la mala noticia de la derrota de otras de sus fuerzas, en el Alto Perú.
Y a fines del mes de julio ya se sabe que los portugueses han invadido el territorio oriental.
Por todo esto, las autoridades de Buenos Aires están dispuestas a entrar en tratativas con Elío.
Artigas no se conforma, habla con Barreiro, discute con Rondeau, entera a los vecinos, alerta a la tropa: quieren decidir entre porteños y españoles el futuro de nosotros, los orientales.1
Artigas tiene en sus manos la "Gaceta de Montevideo". Allí se comentan las condiciones que ponen los españoles para el trato: se suspenderá la lucha y quedará la Banda Oriental bajo el gobierno de Elío.
Artigas no se convence de que esas condiciones puedan ser aceptadas por la Junta.

Parte de la Batalla de las Piedras

Fragmentos de la carta enviada por Artigas a la Junta de Buenos Aires, al terminar la lucha entre criollos y españoles, el 18 de mayo de 1811

El 18 amaneció sereno; despaché algunas partidas de observación sobre el campo enemigo, que distaba menos de dos leguas del mío, y a las nueve de la mañana se me avisó que hacían movimientos en dirección a nosotros.
Se trabó el fuego con mis guerrillas y las contrarias. Inmediatamente mandé a don Antonio Pérez que, con la caballería a su cargo, se presentase fuera de los fuegos de la artillería de los enemigos, con objeto de llamarles la atención y retirándose hacerles salir a más distancia de su campo, tal como se verificó, empeñándose ellos en su alcance. En el momento convoqué a junta de guerra y todos fueron del parecer de atacar.
Exhorté a las tropas recordándoles los gloriosos tiempos que habían inmortalizado la memoria de nuestras armas y el honor con que debían distinguirse los soldados de la patria, y todos unánimes proclamaron con entusiasmo que estaban dispuestos a morir en obsequio de ella.
Emprendí entonces la marcha, encargando el ala izquierda de la infantería y la dirección de la columna de caballería de la misma a mi ayudante mayor el  teniente de ejército don Eusebio Valdenegro, siguiendo yo con la del costado derecho y dejando con las municiones al cuerpo de reserva, fuera de los fuegos.
La infantería cargó sobre ellos; es inexplicable el ardor y entusiasmo con que mi tropa se empeñó entonces en mezclarse con los enemigos, en términos que fue necesario todo el esfuerzo de los oficiales y mío para evitar el desorden.
La situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de su artillería, así en el número como en el calibre y dotación de 16 artilleros en cada una y el exceso de su infantería sobre la nuestra, hacían la victoria muy difícil, pero mis tropas enardecidas se empeñaban más y más y sus rostros serenos pronosticaban las glorias de la patria.
El tesón y orden de nuestros fuegos y el arrojo de los soldados, obligó a los enemigos a salir de su posición, abandonando un cañón que en el momento cayó en nuestro poder con una carreta de municiones. Aquí se empezó la acción con la mayor vivez de ambas partes; pero después de
Una vigorosa resistencia, se rindieron los contrarios quedando el campo de batalla para nosotros.
La tropa enardecida hubiera pronto descargado su furor sobre la vida de todos ellos, para vengar la inocente sangre de nuestros hermanos acabada de vertir; pero al fin, participando de la generosidad que distingue a la gente americana, cedieron a los impulsos de nuestros oficiales empeñados en salvar a los rendidos.

Artigas en la revolución

Mientras sucedían estos hechos, Artigas seguía a órdenes del gobierno español.
Él conocía los acontecimientos que sucedían en Europa y pensaba en esos sucesos.
Sabía bien que los españoles gobernaban en forma injusta estas colonias, pues a pesar de la riqueza que representaba el ganado que poblaba los campos, los que se beneficiaban eran unos pocos comerciantes europeos, mientras el estado de la campaña cada vez más pobre.
Su misma familia, a pesar de dedicar la vida entera a trabajos campesinos, no había visto acrecentada su fortuna.
Y ahora se iban a poner más impuestos para pagar los gastos que ocasionaba la disputa con la Junta de Buenos Aires, que se oponía a la obediencia al virrey Elío, residente en Montevideo.
Artigas también se enteraba de lo que quería la Junta. En la Banda Oriental se estaban produciendo algunos movimientos de adhesión a la llamada Junta de Mayo y algunos criollos habían ido a meterse a la orden de este organismo.
Mientras tanto, el prestigio de Artigas como hombre retado y querido por todos los orientales se extendía a muchos lugares.
Mariano Moreno, el criollo que dirigía firmemente el gobierno revolucionario de Buenos Aires, ya se había fijado en él y pensado que si Artigas se incorporaba a las filas revolucionarias en poco tiempo se conseguirían grandes victorias, por sus conocimientos de éstos territorios y su capacidad.
El virrey Elío ve que la situación se agrava para España, día a día. Declara entonces la guerra a la Junta, el 12 de febrero de 1811.
Cada oriental tiene que decidirse. O está con el virrey a está con, la Junta de Buenos Aires.
Artigas piensa. Y resuelve. El día 15 se va a Buenos Mis, Habla en la Junta. Consigue que le den armas, hombres y dinero para ayudarlo en su empresa.
Se compromete a llevar el estandarte de la libertad fea tos muros mismos de Montevideo". Va primero a Entre Ríos a levantar en armas a los paisanos de ese lugar.
Mientras tanto, en nuestra provincia, los pobladores de Soriano se sublevaron. El 28 de febrero dieron el Grito de Asencio y ocuparon la ciudad de Mercedes.
A partir de ese momento, la revolución no se puede contener.
Manuel Francisco Artigas, hermano menor de José Gervasio, subleva las poblaciones de Maldonado, Minas, San Carlos, Santa Teresa.
Benavídez, Vargas y Manuel Artigas vienen bajando con las primeras tropas orientales y toman en acciones heroicas el Colla, Paso del Rey y San José.
Artigas regresa a la Banda Oriental y marcha a ponerse al frente de las fuerzas patriotas que se dirigen a atacar a Montevideo.
Elío, el virrey, manda un ejército para detener a los criollos.
Los dos bandos se encuentran en Las Piedras, el 18 de mayo de 1811.

La insurrección

Mucho descontento había en los pueblos americanos al comenzar el siglo XIX.
Los hacendados criollos se quejaban pues estaban obligados a vender sus productos solamente a los españoles, en las condiciones que estos pusieran.
Los comerciantes hablaban de que sus negocios no prosperaban y de que sólo se enriquecían los que representaban a los monopolios españoles.
Los nativos que aspiraban a cargos de gobierno tampoco podían poner en práctica sus ideas e iniciativas, pues esos cargos se llenaban con enviados de España, aunque no conocieran nada de los problemas de estas tierras.
Todo este descontento creció después de las invasiones inglesas. Por un lado, los criollos tuvieron que luchar solos para expulsarlos, pues la autoridad mayor española no dirigió la resistencia. Por otro lado, los ingleses dejaron el ejemplo del comercio libre y, en Montevideo y en Buenos Aires se vieron claramente sus ventajas frente al monopolio que imponía España.
A la vez, las personas más instruidas recibían continuamente noticias de los movimientos revolucionarios de Francia y los Estados Unidos de Norte América. Y los libros donde se predicaban las nuevas ideas de libertad e igualdad eran conocidos por muchos criollos.
En esa época se produjo en Europa un hecho que, aunque lejano, iba a influir de manera decisiva en nuestra historia: Napoleón, el emperador francés, invadió España y venció todas sus resistencias. En 1810 el rey español Fernando VII es prisionero de los franceses, mientras España pasa a ser gobernada por José Bonaparte, hermano de Napoleón.
¿A quién deben obedecer ahora los pueblos americanos?
¿A las Juntas que se han formado dentro de España, en los pueblos que aún resisten?
¿A los virreyes, que fueron designados por un rey ahora prisionero?
Todos aceptan la idea de que al recuperar su libertad el rey Fernando él será quien gobierne, pero, mientras tanto, ¿quién tiene la autoridad?
En Buenos Aires, en Caracas, en Quito, en Santiago, se forman Juntas para gobernar en nombre del rey español.
La Junta de Gobierno de Buenos Aires, formada el 25 de mayo de 1810, pide a los demás pueblos del Río de la Plata que reconozcan su autoridad, en lugar del virrey.
En Montevideo, el Cabildo, de acuerdo con los jefes militares españoles, no ve con buenos ojos que se quite el mando al virrey español para reemplazarlo por un grupo donde había criollos. Obstinados, empecinados en el sometimiento total a España, los montevideanos niegan el reconocimiento a la Junta de Mayo.
Montevideo se convierte así en la ciudad del Río de la Plata donde se hacen fuertes los españoles. Pronto, con el nombramiento de Elío como nuevo virrey instalado en Montevideo, ésta será la capital del virreinato del Río de la Plata.
La insurrección del otro lado del río había comenzado en la capital; en nuestra tierra será al contrario: se iniciará en la campaña y buscará llegar a la ciudad de Montevideo, último baluarte de los españoles.

domingo, 9 de octubre de 2011

Rupturas institucionales en nuestro país. El Golpe de Terra


Presidencia de Gabriel Terra (1931 - 1933)   
Un golpe de Estado viola la legalidad existente. Por ejemplo, si hay un gobierno que se eligió de acuerdo a la Constitución y un grupo de civiles o militares derroca a ese gobierno se dice que hubo un Golpe de Estado.
Ese grupo que toma el poder por la fuerza se instala imponiendo nuevas reglas y normas. En la práctica los golpistas cuentan con la suficiente ayuda militar o policial para llevar a cabo su cometido.
Una de las primeras acciones que ejecutan es cerrar el Parlamento, es decir impedir que se reúnan los legisladores (diputados y senadores) electos por el pueblo.
Al comenzar la década del 30 Uruguay vivía una situación económica problemática, derivada de la crisis mundial.
Fue en ese período, en el año 1933, que se produjo un quiebre de las instituciones democráticas, que se habían mantenido durante varias décadas.
En esa época el Poder Ejecutivo (de acuerdo con la Constitución de 1917) estaba compuesto por el Presidente, el Consejo Nacional de Administración (CNA) y los Ministros. Cada decisión tomada por el presidente era producto de la consulta y la discusión con el Consejo.
El presidente de la nación era Gabriel Terra, un político de amplia experiencia que había ocupado cargos de gobierno en las anteriores presidencias del Partido Colorado.
Dentro de éste había dos tendencias: la de quienes continuaban las ideas de José Batile y Ordóñez y la de quienes estaban en desacuerdo con muchas de ellas.
Un tema que centraba las discusiones era si el Poder Ejecutivo debía estar en manos de un colegiado -como quería Batlle- o concentrado en una persona.
Al asumir la presidencia Gabriel Terra tuvo una actuación independiente de su partido, oponiéndose a otros políticos colorados muy influyentes.
Como la mayoría de los integrantes del Consejo de Administración era batilista, era muy difícil lograr acuerdos cuando la situación de crisis demandaba soluciones rápidas. La respuesta de Terra fue eliminar el Consejo y cambiar la Constitución.
En esta postura recibió el apoyo de hacendados y grandes comerciantes, así como de una fracción del Partido Nacional y los sectores no batllistas del Partido Colorado.


El golpe de Estado (1933)
En los últimos días de marzo de 1933 Terra trasladó su despacho al Cuartel de Bomberos y el 31 de marzo disolvió el Poder Legislativo y el Consejo Nacional de Administración, con el apoyo directo de los propios bomberos y de la policía; el ejército no intervino directamente pero tampoco se opuso.
Personas contrarias al golpe fueron detenidas y otras se refugiaron en embajadas pidiendo asilo político. El caso extremo de protesta fue el del ex presidente batilista Baltasar Brum que se suicidó en la puerta de su casa.
La postura del pueblo en general no fue de extrema oposición, la Universidad declaró una huelga que tuvo escasa repercusión y el movimiento obrero no se encontraba lo suficientemente organizado como para presentar una fuerte protesta. Tal vez no hubiese todavía una cultura cívica tan plena como para lograr una real oposición o bien la atención de la gente estaba puesta en la crisis económica.
El nuevo gobierno trató de concretar el cambio constitucional, para ello formó una Convención Constituyente que elaboró un texto que se aprobó en 1934. En el mismo se eliminó el Consejo Nacional de Administración y el Poder Ejecutivo quedó compuesto por el presidente y el Consejo de Ministros.
En ese texto constitucional se estableció el voto femenino.


Segunda presidencia de Terra (1934-1938)
Una vez aprobada la Constitución de 1934 Terra siguió en su cargo hasta 1938.
En este período Uruguay, de igual modo que otros países de América Latina, desarrolló una industria propia ante la crisis económica de los grandes países industrializados (EEUU y Europa). Había que sustituir las importaciones del exterior por la producción propia para evitar la salida de dinero al extranjero.
Hubo un importante crecimiento de la industria en los siguientes sectores: caucho, metalúrgica y refinación de petróleo, por lo tanto creció el número de obreros que trabajaban en fábricas uruguayas: en 1930 había 54 mil, mientras que en 1937 habían 66 mil.
En cambio, la producción agraria se estancada: hacia 1930 había menos ganado que a comienzos de siglo debido a la escasa inversión en el mejoramiento de las tierras, a lo que se sumaba el descenso internacional de los precios de las materias primas.
El Estado recurrió a las obras públicas para dar trabajo a los desocupados; la más importante de las realizadas en esta época fue la construcción de la represa hidráulica de Rincón del Bonete.
También el gobierno de Terra recurrió a emplear personas para que trabajaran en la administración pública; de este modo ingresaron más de 70 mil funcionarios públicos entre 1932 y 1937.