martes, 11 de octubre de 2011

La insurrección

Mucho descontento había en los pueblos americanos al comenzar el siglo XIX.
Los hacendados criollos se quejaban pues estaban obligados a vender sus productos solamente a los españoles, en las condiciones que estos pusieran.
Los comerciantes hablaban de que sus negocios no prosperaban y de que sólo se enriquecían los que representaban a los monopolios españoles.
Los nativos que aspiraban a cargos de gobierno tampoco podían poner en práctica sus ideas e iniciativas, pues esos cargos se llenaban con enviados de España, aunque no conocieran nada de los problemas de estas tierras.
Todo este descontento creció después de las invasiones inglesas. Por un lado, los criollos tuvieron que luchar solos para expulsarlos, pues la autoridad mayor española no dirigió la resistencia. Por otro lado, los ingleses dejaron el ejemplo del comercio libre y, en Montevideo y en Buenos Aires se vieron claramente sus ventajas frente al monopolio que imponía España.
A la vez, las personas más instruidas recibían continuamente noticias de los movimientos revolucionarios de Francia y los Estados Unidos de Norte América. Y los libros donde se predicaban las nuevas ideas de libertad e igualdad eran conocidos por muchos criollos.
En esa época se produjo en Europa un hecho que, aunque lejano, iba a influir de manera decisiva en nuestra historia: Napoleón, el emperador francés, invadió España y venció todas sus resistencias. En 1810 el rey español Fernando VII es prisionero de los franceses, mientras España pasa a ser gobernada por José Bonaparte, hermano de Napoleón.
¿A quién deben obedecer ahora los pueblos americanos?
¿A las Juntas que se han formado dentro de España, en los pueblos que aún resisten?
¿A los virreyes, que fueron designados por un rey ahora prisionero?
Todos aceptan la idea de que al recuperar su libertad el rey Fernando él será quien gobierne, pero, mientras tanto, ¿quién tiene la autoridad?
En Buenos Aires, en Caracas, en Quito, en Santiago, se forman Juntas para gobernar en nombre del rey español.
La Junta de Gobierno de Buenos Aires, formada el 25 de mayo de 1810, pide a los demás pueblos del Río de la Plata que reconozcan su autoridad, en lugar del virrey.
En Montevideo, el Cabildo, de acuerdo con los jefes militares españoles, no ve con buenos ojos que se quite el mando al virrey español para reemplazarlo por un grupo donde había criollos. Obstinados, empecinados en el sometimiento total a España, los montevideanos niegan el reconocimiento a la Junta de Mayo.
Montevideo se convierte así en la ciudad del Río de la Plata donde se hacen fuertes los españoles. Pronto, con el nombramiento de Elío como nuevo virrey instalado en Montevideo, ésta será la capital del virreinato del Río de la Plata.
La insurrección del otro lado del río había comenzado en la capital; en nuestra tierra será al contrario: se iniciará en la campaña y buscará llegar a la ciudad de Montevideo, último baluarte de los españoles.

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