martes, 11 de octubre de 2011

Parte de la Batalla de las Piedras

Fragmentos de la carta enviada por Artigas a la Junta de Buenos Aires, al terminar la lucha entre criollos y españoles, el 18 de mayo de 1811

El 18 amaneció sereno; despaché algunas partidas de observación sobre el campo enemigo, que distaba menos de dos leguas del mío, y a las nueve de la mañana se me avisó que hacían movimientos en dirección a nosotros.
Se trabó el fuego con mis guerrillas y las contrarias. Inmediatamente mandé a don Antonio Pérez que, con la caballería a su cargo, se presentase fuera de los fuegos de la artillería de los enemigos, con objeto de llamarles la atención y retirándose hacerles salir a más distancia de su campo, tal como se verificó, empeñándose ellos en su alcance. En el momento convoqué a junta de guerra y todos fueron del parecer de atacar.
Exhorté a las tropas recordándoles los gloriosos tiempos que habían inmortalizado la memoria de nuestras armas y el honor con que debían distinguirse los soldados de la patria, y todos unánimes proclamaron con entusiasmo que estaban dispuestos a morir en obsequio de ella.
Emprendí entonces la marcha, encargando el ala izquierda de la infantería y la dirección de la columna de caballería de la misma a mi ayudante mayor el  teniente de ejército don Eusebio Valdenegro, siguiendo yo con la del costado derecho y dejando con las municiones al cuerpo de reserva, fuera de los fuegos.
La infantería cargó sobre ellos; es inexplicable el ardor y entusiasmo con que mi tropa se empeñó entonces en mezclarse con los enemigos, en términos que fue necesario todo el esfuerzo de los oficiales y mío para evitar el desorden.
La situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de su artillería, así en el número como en el calibre y dotación de 16 artilleros en cada una y el exceso de su infantería sobre la nuestra, hacían la victoria muy difícil, pero mis tropas enardecidas se empeñaban más y más y sus rostros serenos pronosticaban las glorias de la patria.
El tesón y orden de nuestros fuegos y el arrojo de los soldados, obligó a los enemigos a salir de su posición, abandonando un cañón que en el momento cayó en nuestro poder con una carreta de municiones. Aquí se empezó la acción con la mayor vivez de ambas partes; pero después de
Una vigorosa resistencia, se rindieron los contrarios quedando el campo de batalla para nosotros.
La tropa enardecida hubiera pronto descargado su furor sobre la vida de todos ellos, para vengar la inocente sangre de nuestros hermanos acabada de vertir; pero al fin, participando de la generosidad que distingue a la gente americana, cedieron a los impulsos de nuestros oficiales empeñados en salvar a los rendidos.

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